Amada niña:
Sé que de Quibdó solo te gusta el sábado por la mañana y el plátano maduro asado que venden en la Alameda o en la Yescagrande, así que quiero contarte que un día vas a amar sus atardeceres, al río Atrato y, aunque ahora que tienes diez años te parece increíble, también amarás vivir aquí.
Hoy pensé en ti mientras me bañaba en el patio del restaurante escolar de un corregimiento del Medio San Juan. Sacaba agua de un tanque con una vasija plástica y la iba echando por todo mi cuerpo; esa forma de bañarse que nuestro padre llama indigna, una expresión que entendí hace poco: habla del derecho a un acueducto, a bañarse en la privacidad y la comodidad de una ducha, ese derecho que en el Chocó que tú habitas y en el que yo habito, treinta años después, muy pocos tienen garantizado.
Te recuerdo como una niña seria, asustadiza, rabiosa y con muchas ganas de irse; al menos así serás durante los meses de la escuela, sé que las vacaciones junto al mar son otra cosa. También sé que eres una niña inteligente y sensible a lo que pasa a su alrededor, solidaria. Y sé que te ríes a carcajadas y hablas con libertad donde te sientes segura.
Con los años que han pasado veo con mayor claridad la dureza y la injusticia de los días que estás viviendo. Para ti es una realidad en la que te sientes ahogada pero que no sabes cómo cambiar, por eso solo quieres irte a tu casa de Bahía Solano o a vivir en Cali, con el resto de tu familia que se fue hace un año.
Mientras te recordaba sentí ganas de ser yo quien carga junto a nuestro tío y nuestra madre el agua del pozo para que te bañes antes de ir a la escuela. Para que no te quede para siempre ese dolor muscular entre el hombro y el cuello. Sentí también ganas de abrazarte en las noches que te quedas sola y caen fuertes aguaceros, quisiera abrazarte justo cuando te acurrucas en esa esquina de la sala casi vacía para protegerte de los truenos y otros peligros, mientras esperas que llegue nuestra mamá o nuestro tío, el que primero salga de sus clases nocturnas.
Ante tu mirada no es suficientemente clara, todavía, la relación entre ser negras con que el salario de tu mamá nunca alcance, con que al final de mes no haya comida suficiente, con que no haya transporte público de calidad en la ciudad ni la relación de todo eso con la noche en la que tu mamá te dejó a dormir donde una amiga y los violadores la atacaron en la calle, o con el medio día en el que un abusador puso sus manos sobre tu delgado cuerpo.
Cada vez que recuerdo esos hechos puedo sentir lo que tú sientes mientras los has vivido y comprendo tu miedo, tus náuseas y tus ganas de irte.
Ese día de partir llegará dentro de poco, cuando ya tengas once. Nuestra madre terminará la universidad y viajarán a Cali. Allá vas a extrañar la lluvia, pero te vas a sentir más libre. Conocerás cosas nuevas y también vas a descubrir que hay ciertas situaciones que no cambian por estar en otra ciudad. Muchos días seguirás sintiendo la sombra de la precariedad.
Allá te encontrarás definitivamente con los libros y esto sí cambiará tu vida para siempre. Pasarás de leer reiterativamente hasta memorizar los poemas, las canciones y los cuentos de tus libros escolares que por estos días tanto te seducen, a tener entre tus manos y ante tus ojos libros completos; podrás prestarlos en la biblioteca de tu nuevo colegio, ese lugar donde te sentirás llena y serena.
No puedo mentirte, la alegría de estar en la biblioteca va a contrastar con el miedo y la rabia que sentirás en tu primer salón de clases, donde te gritarán insultos racistas y hasta tu profesora te va a señalar por responder a esos insultos. Pero tú eres fuerte y, aunque un día vas a entender que no está mal ser vulnerable, esa fortaleza y ese carácter que has mostrado desde que eras más pequeña serán tu tabla de salvación en los días duros en tu nuevo colegio.
Serán cinco años mejores que los que vives ahora en Quibdó, pero a esa sombra de la precariedad que a veces se asomará tendrás que sumarle la llegada de tu primera menstruación, los cambios de tu cuerpo. Para esos, sin embargo, te han venido preparando las enciclopedias de biología de nuestra mamá, que llevas varios años ojeando, las conversaciones transparentes y tranquilas que te acostumbraste a tener con ella o con tu mamá Belisa cuando estás junto al mar. La alegría y el desparpajo de tu tía Ludys, a quien también asumirás cada vez más como tu madre, también te ayudarán a sobrellevar los cambios y el descubrimiento de tu cuerpo, tus emociones y tus deseos. Por esos mismos días aparecerá el insomnio, pero ya tendrás tanta cercanía
con los libros que tardarás años en darte cuenta que es mejor leer en otros momentos y procurarte un buen dormir.
No vine a narrarte lo que pasará en los treinta años que siguen, solo quiero anticiparte algunas cosas que pueden servirte para mantener las esperanza.
Tu deseo de crecer nunca se agotará, te llevará a Medellín a estudiar en una universidad pública, donde te vas a enamorar de las artes y empezará tu afinidad con la gestión cultural. Allá también te vas a enamorar del que será tu esposo. Después de graduarte, en tu trabajo en el sector público, aprenderás que las instituciones honestas, transparentes y realmente abiertas pueden transformar vidas y generar oportunidades, como pasará contigo, cuando seas una joven profesional que ascenderá por sus méritos y su esfuerzo.
Un día vas a entender los efectos de estos tiempos duros en tu salud mental y lograrás enfrentarlos con ayuda profesional. Quizá, en esos procesos terapéuticos será donde nazca tu deseo intenso por hallar tu vocación y cargar tu vida de sentido, lo que te traerá
de regreso al Chocó.
No te asustes. No volverás para vivir lo que mismo que ahora, volverás para encontrarte lo que asumirás como tu propósito vital: trabajar para que otras niñas con historias parecidas a la tuya sepan que tienen esperanza. Vas a descubrir que amas leer para otros y hacer que otros se enamoren de los libros porque reconocerás con claridad lo que ellos habrán hecho por ti y pueden hacer por otros.
Volver será un redescubrimiento de ese lugar que ahora habitas. Verás que muchas cosas están iguales a lo que ves hoy y otras, como el orden público, habrán empeorado. Pronto te darás cuenta de que eso que ves no depende tanto de los cambios de Quibdó como de tu nueva mirada.
A tu regreso te harás escritora. Un camino en el que será fundamental la correspondencia que establecerás con un amigo que, justo en este momento, mientras
te preparas para tus siguientes clases con la seño Bella Paz, tiene 18 años y se prepara para ingresar a una universidad privada en una gran ciudad. Ahora viven en universos distintos, pero cuando se conozcan descubrirán que el amor por los libros, por la cultura
y la vocación de servicio les permitirán encontrarse en un nuevo universo construido con palabras.
Sé que lo intuyes, pero vas a descubrir el poder de las palabras, de tus palabras; entonces tu solidaridad y conciencia de ahora se convertirán en palabras dichas o escritas sobre la inequidad, sobre la exclusión, el racismo y la necesidad de garantizar los derechos de los tuyos. Y estas cosas que ahora vives, los dolores que sientes, los paisajes que ves y te gustan o te asustan se volverán cuentos, poemas, arrullos o ensayos.
Tu nueva vida en Quibdó será más parecida a los sábados por la mañana, cuando caminas tranquila y sintiéndote segura porque nuestra mamá te agarra de la mano y te desliza detrás de ella entre carretas que venden plátano, borojó, pescado, pollo ahumado, piñas amarillas y verdes, aguacates y manojos de hierbas de río. Olvidas el barro de una calle que, solo muchos años después, va a estar bien adoquinada o los charcos que a veces tienen que saltar; disfrutas el olor cítrico de ese mercado callejero que es un estallido de colores, sientes en tu rostro la brisa que sigue fresca por la lluvia de la noche anterior o la madrugada. En la tienda de abarrotes, nuestra mamá te sienta en algunos costales mientras pide las cosas de la lista que ha escrito a mano con su letra
cursiva, que tanto te gusta, a la que se va a parecer la letra tuya. Tú miras cómo bajan el arroz, el aceite, la sal y los ponen en el mostrador de madera. Entonces te llena una sensación de abundancia, te alegras, piensas que por alguna razón vale la pena soportar la ausencia, esperar sola en las noches, recoger el agua, rendir en la escuela.
Para despedirme quiero contarte que siguen vendiendo plátano maduro asado, ahora en muchas más calles que las dos de antes. De vez en cuando compro uno porque me sigue gustando mucho y su sabor me recuerda la dulzura que se esconde detrás de tus grandes ojos negros.
Te amo.
Veliamar