Publicado 16 de noviembre de 2022

“No somos angelitos ni especiales, somos personas con discapacidad”

Por: Constanza Orbaiz

La psicopedagoga argentina es creadora del proyecto Desde Adentro, a través del cual difunde su mirada sobre cómo es vivir con una discapacidad. Es una constructora de puentes para que otros puedan abrir sus mentes para valorar la diversidad como parte de lo cotidiano.

Cuando era una niña, me gustaba jugar en la calle y tenía un grupo de amigos con los cuales pasaba mucho tiempo. Hasta existía una casa abandonada a la cual nos encantaba entrar. Y sí, aunque no parezca, atajaba penales sentada en la vereda.

En mi niñez tengo un recuerdo que me quedó grabado para toda la vida. Un día, mientras estábamos jugando con mis amigos, pasó una monja. Me miró y me dijo: ‘Ojalá que te cures’.

Yo la miré y sin dudarlo le respondí: ‘Ya estoy curada’. Claro, en ese momento no tenía ni fiebre ni gripe.

Mi nombre es Constanza Orbaiz. Soy licenciada en psicopedagogía, trabajo en un colegio y con pacientes particulares.

En el colegio donde trabajo los chicos ya saben que “hablo raro”. Según Ana, de 4 años, es porque me duele la garganta. Pero no, la verdad es que cuando nací tuve una falla de oxígeno que ocasionó una lesión en mi cerebro.

‘Parálisis cerebral’, dijeron los médicos. En ese momento nadie sabía qué iba poder hacer. Pero algo era seguro: que de poder, iba a poder distinto. Y qué difícil es poder distinto en un mundo de iguales, en el que aparentemente todos pueden de la misma manera.

¿De qué forma hacer el mundo para todos y para cada uno? Creo que la mejor manera de responder esta pregunta es valorando la diversidad como parte de lo cotidiano y reconociendo lo que cada uno puede dar.

Pero no nos mintamos, no es fácil. No todos están preparados para incluir. La discapacidad no te manda un mensaje a WhatsApp y te dice: ‘prepárate, llego en cinco minutos’.

La inclusión debe ser nuestra cotidianidad. Recuerdo que cuando llegaban los exámenes en la universidad, mis nervios eran el doble. Por un lado, aprobar el exa­men, y por el otro, que el profesor tuviera la amabilidad de tomármelo en forma oral. Con el tiempo aprendí que no se trata de amabilidades, sino del derecho que tenemos todos a poder hacer las cosas.

Luego de muchas horas de estudio y hojas y hojas de apuntes, me gradué. Lo mejor es que además de reci­bir un título, me quedé con un grupo de entrañables amigas que me acompañan en cada paso que doy. Y, como es cotidiano en la vida de cualquier persona, ese momento de tanta felicidad, de convertirme en licenciada, llegó de la mano con otro desafío: encontrar trabajo en lo que estudié.

Una de las dudas que tenía era si debía poner en el currículum que yo tenía una discapacidad –como si no fuera evidente cuando me vieran–. Nuevamente el tiempo me enseñó que es mejor que te conozcan tal cual eres. Así puedes valorar la persona en la que te has convertido y las dificultades que existan en tu vida. Estas dos cosas juntas te permitirán emplear diferentes estrategias para sortear los obstáculos del entorno que te rodea.

Hacer un mundo más incluyente es tarea de todos. Lo que hace falta para lograrlo comienza con una premisa simple: hacer más fácil lo que ya es difícil.

En esos primeros meses donde no tenía un trabajo formal, cree el proyecto Desde Adentro. Una iniciativa a través de la cual difundo mi mirada sobre la discapacidad, porque es muy distinto estudiar sobre una pierna torcida, que vivir a diario con una pierna torcida.

A la par que mi proyecto crecía, se dio el ofrecimiento formal de ingresar al colegio donde ya llevo más de 10 años trabajando. Fue clave que anteriormente me conocieran como pasante, porque así disminuyeron todos los temores y prejuicios de contratarme. Me conocieron siendo trabajadora y responsable – o eso dicen–. Por ejemplo, con el azar diario descubrimos que yo puedo, a través de la aplicación de dictado de voz de Google, editar y realizar mis informes sobre mis observaciones áulicas. Era tan simple como utilizar un teléfono sin tener que teclear, lo cual se me dificulta.

Son pequeñas acciones que significan grandes pasos en término de inclusión. A veces la vida se ve como una montaña grande, como una meta difícil de alcan­zar, con un camino en el que hay rocas muy grandes que dificultan nuestro paso. Esto implica que tengamos retro­cesos y hasta nos quede­mos estancados. Lo más importante en esas situaciones es no perder deseo de siempre ir por más.

Que mi historia les deje claro que no somos angelitos, porque los angelitos están en el cielo. Que no somos especiales, porque especiales son las pizzas. Y que no tenemos capacidades diferentes, porque capacidades diferentes tienen un balde y un vaso. Somos personas con discapacidad.

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