Una conversación con Andrés Casas, investigador de la Encuesta Mundial de Valores, sobre cómo ha sido el tránsito cultural en el país para convertirse en una sociedad más preocupada por el bienestar general que el personal.
Desde 1995 Colombia entró a ser parte de los países que participan en la Encuesta Mundial de Valores de la World Values Survey Association, fundada por Ronald Inglehart. Tras siete olas de medición, los datos del estudio han permitido ampliar una nueva visión de desarrollo humano, que permite analizar –más allá de los indicadores económicos– el rol que juegan los valores de una sociedad; así como su impacto en los niveles de bienestar, equidad y seguridad.
En 2010, luego de 15 años de que Colombia empezara a participar en la Encuesta Mundial de Valores (EMV), Andrés Casas se convirtió en el investigador principal del capítulo Colombia. Hizo equipo con la investigadora, Nathalie Méndez y tras 13 años de recolectar datos, mediciones y estudiar los comportamientos de los colombianos, publicaron la Séptima Ola de resultados mundiales de la EMV. Se trata de los últimos datos recolectados por el estudio tras más de 40 años de realizar mediciones en 110 países. La Octava Ola será realizada en 2024.
Gracias a estos datos, Andrés Casas explica que en el país se ha abierto la puerta a una nueva forma de pensar en el desarrollo que se basa en la teoría de la modernización propuesta por el mismo Inglehart y Christian Welzel, en la que el desarrollo no se mide solo en valores económicos, sino por factores políticos y la percepción del control sobre el mundo y la vida, que tienen las personas.
Según Casas, explicar el desarrollo desde el cambio de valores permite explorar por qué unas sociedades gozan de altos grados de bienestar y otras no. Por qué unas comparten una noción de autonomía y libertad y logran cambiar la incertidumbre de la necesidad por una mínima certidumbre, seguridad y la resolución de las necesidades básicas. Asimismo, agrega que la persistencia de los sistemas autocráticos son una respuesta a sociedades donde el miedo, el hambre, la inseguridad existencial y la desesperanza son experiencias y percepciones que se han estabilizado a través de creencias.
En el marco de las discusiones sociales que hoy se dan en Colombia y de su impacto en los niveles de desigualdad, bienestar y redistribución de la riqueza, Andrés Casas responde ¿Qué ha venido pasando con la transformación cultural en Colombia? ¿Hay un estancamiento? y ¿cómo podemos reducir los niveles de desigualdad e inequidad en el país?
La Séptima Ola de la Encuesta Mundial de Valores evidenció cómo iba la transformación social y cultural en Colombia, pasando de ser una sociedad tradicional conservadora a una que transita hacia valores de autoexpresión. Para el próximo año se realizará una nueva medición, ¿cree que en el contexto actual cambió la tendencia de transformación que vivía el país?
AC: En 2010, observamos con Nathalie Méndez una foto de Colombia como un país que se alejaba en lo económico de los valores de supervivencia, y con una cultura política marcada por valores tradicionales.
Entendimos entonces que Colombia era un país en tránsito cultural. Era un país de centro-derecha en lo político y con valores tradicionales, y a su vez tenía valores económicos moviéndose hacia la autorrealización. Su tránsito estaba marcado por la disonancia cognitiva de un contexto cultural que se nutría por décadas de mejora en las condiciones materiales y el fortalecimiento de las instituciones democráticas; mientras sufría el atavismo generado por la inequidad y la resistencia del establecimiento político y económico a la transformación del status quo presionada por el éxito de las apuestas del pasado.
Para 2021, los datos evidenciaron que este proceso de cambio cultural era una silenciosa realidad en el país, al encontrar que gracias a la estabilidad económica que atravesaba el país, existía una sociedad más preocupada por el bienestar general que el personal, en el que temas de género, medio ambiente, cultura, paz y de ampliación de la participación política eran más importantes.
Además, encontramos que era un proceso dinamizado principalmente por la clase media. Entendimos que este grupo social de referencia es el motor de la transformación del cambio cultural del país. Pero la polarización política y la pandemia traerán nuevos retos para la consolidación de este proceso.
¿Cuáles fueron esos efectos?
AC: El primero es que castigó muchísimo la confianza institucional. Cuando hay crisis, hay un fenómeno llamado “rodear la bandera”. Lo que quiere decir es que ante el miedo, las personas se repliegan y encierran en sus grupos cercanos y de confianza. Sin embargo, cuando terminó el encierro por la pandemia, se empezó a desmoronar la confianza institucional por diferentes razones, como la protesta social, el aumento de la inseguridad, el recrudecimiento de la violencia y el disparo de la percepción de corrupción.
El segundo efecto, fue el aumento de la percepción de insatisfacción por la situación económica. Esto era muy positivo antes de la pandemia, porque la gente sentía que tenía mejor posición económica y que había esperanza en el futuro.
Hoy enfrentamos un momento crítico que se vive no solo en Colombia sino en todo el mundo. El panorama no es el mejor frente a la expectativa de mejora en el entorno, ni en la vida cotidiana. Antes decíamos que “el país iba mal, pero la economía iba bien”. Hoy los indicadores advierten un panorama poco distinto por los vientos de crisis económica en el mundo, mientras asistimos a la erosión de la ilusión del cumplimiento de las expectativas de cambio abiertas por el último proceso electoral.
Dada la evidencia histórica, me gusta pensar que el cambio prosocial se da cuando la disposición (es decir, los valores de una sociedad), y la oportunidad (el liderazgo político y económico) se encuentran. Como lo reveló el estudio longitudinal que realizamos gracias a Comfama durante la pandemia (Valores en una Crisis 2020-2022), en el que evidenciamos que los colombianos reaccionan con solidaridad ante la adversidad, lo cual es una palanca fundamental si se sincroniza con las agendas políticas.
El reciente estudio del PNUD sobre bienestar en el país confirma que hay un alto grado de insatisfacción por la atención de las necesidades de los colombianos, al punto que dice que no hay solidaridad para apoyarnos unos a otros. ¿Cómo evitar que este panorama lleve a Colombia a caer nuevamente en altos niveles de desigualdad y pobreza?
AC: El estudio del PNUD es muy importante porque da un giro a la forma en que pensamos el desarrollo. Eso es a lo que le debemos apuntar hoy en la época del Antropoceno. Las miradas estándar del desarrollo, que como en un loop musical repiten nuestros líderes, se muestran absolutamente anacrónicas e inútiles para atender la cronicidad de los problemas que enfrentamos.
Por eso cualquier reforma desde el modelo legalista tradicional, se queda corta al no tener en cuenta que los remedios útiles de nuestra época dependen de la transformación cultural y comportamental. Un ejemplo es el de las políticas localizadas, orientadas por la evidencia, en el que las poblaciones específicas son protagonistas y no meras beneficiarias. La evidencia muestra que estas nuevas políticas públicas fortalecen vínculos a través de la acción colectiva y la eficacia comunitaria.
Una mirada cultural del cambio social se ha vuelto importante en la lucha contra la desigualdad y la escasez. La intersección entre ciencia del comportamiento, diseño de programas y participación social para repensar la activación de los valores que nos identifican cómo colectividad, juega el rol de recordarnos lo que es importante para una sociedad. Y ojo, el remedio no es inyectar plata nada más, sino fortalecer las habilidades socioemocionales y de agencia. Es decir, que la gente se vuelva guardiana de su proyecto de vida, de su entorno, y que perciba que puede enfrentar los problemas con la ayuda (y no a pesar) del Estado.
En pocas palabras, actualmente hay una notoria brecha entre el esfuerzo que la gente en Colombia hace en su vida, y lo que recibe (material o simbólicamente). Por eso es importante acelerar el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que fortalecen el blindaje y la expansión de la clase media: ese es el primer paso para el alcance de los mangos bajitos en lo económico, y en el remedio del retroceso democrático en lo sociopolítico.
¿Cuál es el principal círculo vicioso que ha impedido desarraigar la desigualdad, inequidad y redistribución de la riqueza en Colombia?
AC: El círculo vicioso que ahoga el cambio en Colombia es el de hacer las mismas cosas esperando resultados distintos. Einstein lo llamaba locura, pero en las nuevas miradas conductuales del desarrollo los llamamos Mind Freeze o congelamiento mental. Lo importante es entender que los valores son una palanca poderosa para las transformaciones culturales y sociales.
No hemos entendido que el desarrollo no es un proceso de arriba hacia abajo, como se pensaba en el pasado. Se hicieron muchos esfuerzos por inyectar recursos a las instituciones, se pensaba que luego caían en cascada a la sociedad vía salud, educación y trabajo. Eso fue parcialmente cierto.
Hoy sabemos que las instituciones son realmente fuertes (en lo económico, político y social), cuando están ancladas en los territorios de la mente y de la geografía que habita la gente. Ese es el verdadero reto. La enfermedad de la debilidad institucional se volvió crónica en Colombia; y el remedio, que es político y ciudadano, languidece ante la ausencia de coaliciones políticas virtuosas que inspiran el cambio más allá de los discursos.
¿Y cómo lograr un círculo virtuoso?
AC: El círculo virtuoso es el del aprendizaje social que lleva a la estabilización de instituciones inclusivas en lo político y lo económico, como nos enseña el extenso trabajo empírico de James Robinson y Daron Acemoglu. La fórmula ganadora para el desarrollo entiende que las políticas tienen que ser como tijeras: una tijera que impulsa rupturas de abajo hacia arriba, y otra que simultáneamente hace lo propio de arriba hacia abajo. Las manos que mueven la tijera no son invisibles, pero son el resultado de una coalición público/privada, guardiana del orden prosocial.
De ahí que trabajar desde los valores es fundamental, porque son palancas de cambio cognitivo para habituar lo que es realmente importante. En ciencias del comportamiento buscamos inocular valores a través de experiencias que permitan crear un círculo virtuoso, organizaciones de mente abierta comprometidas con los liderazgos adaptativos.
Lo que me asusta es que aceptamos y reproducimos la desigualdad, porque nos sentimos totalmente ajenos a la resolución de sus factores de reproducción. Hay un desfase entre la realidad y el deseo de las necesidades que se deben satisfacer. Por ejemplo, hoy las soluciones deberían estar enfocadas en la formalización y fortalecimiento de la economía popular, la cual muchas veces está por fuera del control de la institucionalidad, no genera salarios dignos y crea en una delgada línea en la que se favorecen la explotación y las economías ilegales. Al normalizar la situación, estas últimas son vistas como las únicas formas de vida posible para nuevas generaciones.
Hoy existen mecanismos de redistribución, como lo es el Sistema de Compensación Familiar, que han permitido cerrar brechas sociales, equidad de género, movilidad social y generar un ciclo de bienestar. ¿Cómo proteger estos modelos para lograr mejores niveles de confianza y bienestar?
AC: Lo más importante es que el discurso de grandes reformas no sea una narrativa de destrucción de lo que ya existe. Las Cajas de Compensación Familiar son un mecanismo aún fuera del radar de las miradas técnicas del desarrollo en Colombia, quienes no han aprovechado su poder inclusivo y las ven como un sector secundario, o como un mero colchón social. Realmente son uno de los mayores avances institucionales.
Son el contenido que le falta al sándwich entre la institución y responder a las necesidades de las personas para lograr desarrollo, pues permite inocular valores y habilidades reales en personas que no tienen redes de apoyo desde el Estado. Las Cajas tienen el poder de habilitar oportunidades y aspiraciones, que, aunque triviales para muchos técnicos, resultan cruciales para el motor del desarrollo, como el ocio, la recreación, los programas para la niñez, entre otros espacios de construcción de habilidades curiosamente llamadas “blandas”.
Cuando solo hay programas de beneficios para los grupos visiblemente más afectados por las inequidades –ojo, no se deben perder–, el problema es que muchos hogares vulnerables que son considerados como clase media, quedan por fuera del foco. Por eso es fundamental un trabajo para describir lo que realmente es esa clase media desde una perspectiva empírica.
Para los investigadores que han colaborado con nosotros, como Camilo Herrera de Raddar, la clase media termina siendo un conjunto de subclases, es decir, grupos sociales con muchas identidades que varían según su capacidad de consumo, nivel de ingresos, escolaridad y necesidades. Creen que es difícil agrupar a la gente bajo la etiqueta de una clase media homogénea y monolítica. Sin embargo, a mí me parece que, como punto de partida operativo, es una categoría que permite comprender un sustrato fluido del sector social llamado a catalizar la disrupción de las trayectorias viciosas de la sociedad colombiana.
¿Cómo se pueden enseñar y aprender nuevos valores que permitan acelerar cambios en los hábitos sociales, políticos y culturales?
AC: Usar los valores como palanca de cambio (personal) y social implica superar la distancia más larga que debemos recorrer los seres humanos: la distancia entre intención y acción. Los valores nos recuerdan las cosas que son importantes para nosotros. Son creencias no condicionales que cuando motivan la acción, nos hace invulnerables a la influencia social, o a otras consideraciones.
En ciencias del cambio social, hemos aprendido que lo mejor es potenciar la integridad (entendida como la armonía entre intención y acción) a través del ejemplo y de la confirmación social. Es decir, líderes éticos que entienden que son gestores de creencias, y que de ellos y ellas depende no polarizar a sus equipos y audiencias. De esta forma, los ciudadanos pueden apostar a cumplir valores, normas y reglas, pues los resultados de sus acciones no son inciertas y encuentran el refuerzo positivo de las instituciones formales e informales.
En este sentido estamos innovando con Comfama para realizar experimentos sociales masivos para cerrar la brecha entre valores y comportamientos, centrados en los proyectos de vida, hábitos y vínculos saludables.
Para lograr una efectiva redistribución del ingreso hay brindar a la clase trabajadora vulnerable la oportunidad de generar riqueza. ¿Qué hacer en esa situación?
AC: Insisto en que hay un problema grande de percepción, de discurso y de narrativas, que se trabajan reforzando los experimentos sociales de los mecanismos de inclusión y acceso al bienestar que ya han servido como las Cajas de Compensación. Otro ejemplo de mecanismo de redistribución son los programas de transferencias económicas condicionadas, que de estar bien calibrados ofrecen efectos impresionantes al corregir inequidades, reducir la violencia intrafamiliar; darle un lugar a la mujer en la toma de decisiones y un cambio en la dependencia económica: así como conectar a los técnicos con la vida de las familias que más les pueden enseñar.
¿Por qué es importante establecer en ciertos casos condiciones para entregar un subsidio?
AC: Los réditos de condicionar los mecanismos es que no solo genera habilidades para la vida, sino que también impactan en las experiencias. No queremos dar subsidios para llenar de televisores a la gente y que se queden en sus camas en los tiempos libres; sino que se le den nuevas aspiraciones como poder viajar, acceder a un centro recreacional o hasta estudiar en otro país. Es desarraigar la sensación de que no hay futuro ni lugar en la sociedad, porque lo preocupante es que así se piensa en muchos territorios.
La trayectoria de Andrés Casas
Andrés Casas es el investigador principal de la Encuesta Mundial de Valores que apoya Comfama. Lidera el proyecto Neuropaz que busca nuevas aplicaciones de las ciencias del cerebro y del comportamiento al diseño de políticas públicas para la transformación prosocial. Casas es politólogo y tiene dos posgrados, uno en ciencias del comportamiento y la decisión, y otro en filosofía.
Es consultor de comunicaciones para el cambio social y comportamental; e investigador doctoral en Neurociencia de la Facultad de Medicina de la Universidad Javeriana.
Nathalie Méndez, la coinvestigadora de la EMV
Nathalie Méndez es la coinvestigadora principal de la Encuesta Mundial de Valores y hace equipo con Andrés Casas desde 2010. Es doctora en Ciencia Política de Texas A&M University en Estados Unidos y profesora asistente de la Escuela de Gobierno Alberto Lleras Camargo de la Universidad de los Andes.