Publicado 8 de julio de 2020

EMPATÍA: El descubrimiento de una nueva mirada

Por: Adriana Guillén Arango

Presidente Ejecutiva Asocajas

Vamos a cumplir cuatro meses de cuarentena como consecuencia de una decisión lógica de cuidado y protección señalada por nuestros líderes, frente a la cual, todos sin excepción, somos co-responsables. Una medida que a cambio de lo más preciado: salvar vidas, entre ellas la nuestra, agudizó otra enfermedad crónica quizá tan letal como la que hoy se combate: la desigualdad social. Esta pandemia muy del tercer mundo trasegaba silenciosa entre nosotros, sin que la percibiéramos de manera cercana con su rostro más desgarrador.

Creo en la bondad de la naturaleza humana y estoy convencida que no veíamos ese rostro debido a un particular autismo, entendido como una concentración excesiva en nuestro propio mundo y una progresiva pérdida de contacto con la realidad exterior. A ese fenómeno le atribuyo que fuésemos inmunes frente a la necesidad del otro.

Entonces, el covid-19 que ha golpeado de variadas maneras funcionó como un reloj despertador que turbó nuestro ensimismamiento. Nos puso foco. Nos mostró que solo algunos teníamos privilegios y nos enseñó a darles valor, y en renglón seguido nos señaló lo que podemos hacer con ellos. Liberó nuestra capacidad de grandeza y generosidad despertando nuestra dormida humanidad.  Nos situó en la encrucijada de voltear la cara y mirar a otro lado o de manera decidida agarrar la mano de quien cerca de nosotros la estiraba para pedir ayuda ¿y saben cómo respondimos la mayoría? Si la mayoría… nos aferramos a esa mano y no de cualquier manera, lo hicimos con convicción. Quién de los que lee este editorial no ayudó al amigo peluquero (a);  siguió -dentro de sus posibilidades-  pagando a la empleada aunque no pudiera llegar,  compró aguacates o flores o dulces o bolsas de basura a la señora que pasaba por la calle, pagó una canción a un  grupo de músicos que decidió ofrecer serenatas callejeras, compró tortas al amigo emprendedor que tuvo que diversificar, pidió domicilio al restaurante del cual éramos clientes frecuentes, ayudó con el pago de matrículas de chicos que querían seguir educándose. Sí, coincido con ustedes, es probable que antes del covid-19 tal vez lo hiciéramos igual, pero no me nieguen que algo cambió… el propósito. Ya no solo buscamos satisfacer nuestro deseo individual o necesidad personal. Esta vez lo hicimos con un fin inequívoco y claro: dar, ayudar porque pudimos ser inconfundiblemente empáticos con la situación del otro.

En ese contexto, los invito a que de manera individual identifiquemos cuáles son nuestros privilegios, todos: materiales, intelectuales, espirituales, emocionales y una vez identificados nos colguemos esas ventajas como si se tratara de armaduras y actuemos desde ahí. ¿puedo desde mi ser, desde mi ámbito personal realizar algún cambio o aporte a mi círculo más cercano? ¿puedo extender mi radio de influencia a otras personas? ¿qué puedo sumar desde mi trabajo a una sociedad más equitativa?, ¿tengo el poder desde mi posición o rol social de influir en ese cambio? ¿qué puedo aportar desde mi nivel educativo? Estoy aprendiendo que cuando reconozco que tengo un privilegio también advierto que conlleva una responsabilidad. Los invito a hacer este ejercicio de manera que pueda contribuir con acciones concretas a los cambios que reclama la sociedad.

Todos, apelando a esa humanidad que se hace latente en momentos de crisis, estamos llamados a dar contenido a ese concepto de bienestar colectivo tan desdibujado en la modernidad por percepciones, prejuicios e ideologías. Busquemos un solo derrotero: bienestar colectivo, bienestar para todos, con lo cual no se les pide renunciar a sus privilegios sino potenciarlos, usarlos con sabiduría para que irradien beneficio a otras personas.

Este es el mejor momento de cambiar paradigmas y para eso estamos las cajas de compensación familiar como mecanismo de redistribución de riqueza. Basta con afirmar que una de las más representativas contribuciones económicas que ha realizado el sector privado para contener los efectos económicos del covid-19 ha sido posible gracias a la contribución de centenares de empresas que no tuvieron que parar y que continuaron efectuando sus aportes al sistema de compensación. Esas empresas han irrigado cerca de medio billón de pesos a través de las cajas de compensación a personas cesantes y más de un billón de pesos en cuotas monetarias para ayudar al sostenimiento de familias de clase media vulnerable. El privilegio de hacer empresa, no desprovisto de sus propios avatares, ha generado valor compartido dentro de un sentido de altruismo y capitalismo consciente.

En la vida se nos presentan muchas alternativas: vivir sin contratiempos ni sobresaltos, ocupados solo de nuestros propios asuntos o tomar la decisión intencional de interactuar en la sociedad en que crecimos y vivimos para que prevalezca la colaboración con el otro dirigida a aumentar el número de ciudadanos autónomos, capaces de elegir sin las limitaciones de la pobreza y de crear sus propios y particulares privilegios.

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