Publicado 18 de agosto de 2023

¿Dónde estamos parados?

Brindar oportunidades laborales y cobertura de servicios que comprendan la vocación productiva de cada territorio pueden contribuir a cerrar las brechas entre el campo y la ciudad.

Por: María Emilia Henao, Comité Editorial Asocajas

La juventud está migrando a las ciudades, dejándole el campo a las personas mayores. Según la Encuesta de Calidad de Vida del 2015, más del 12% de los jóvenes toman esta decisión, y las principales razones para esto, en orden de magnitud, son: oportunidades laborales, amenaza o riesgo por violencia y educación.

Estas estadísticas revelan, por un lado, el rezago de la ruralidad en Colombia tan ampliamente diagnosticado por el DNP, el Plan Nacional de Desarrollo, el PNUD

y USAID, entre otros. Un conflicto armado y violencia en diversos ámbitos agudizados, falta de infraestructura vial, ausencia de Estado y de servicios básicos son algunas de las brechas que marcan la vulnerabilidad acentuada de las poblaciones en las zonas más apartadas. Por otro lado, revela lo centralizada que está la oferta de servicios, pues no solo se encuentran las instituciones educativas, de salud y el trabajo en las ciudades, sino que el contenido educativo no responde a la vocación productiva de cada territorio.

Este artículo esbozará, con cifras, algunas situaciones de vulnerabilidad deben enfrentar las personas entre los 14 y los 28 años en las zonas más apartadas de Colombia, para insistir en la necesidad de atar la noción de desarrollo rural directamente a la vocación territorial, con el fin de propiciar el arraigo, dignificar al campo y cambiar la dinámica insostenible de migración masiva del campo a la ciudad.

Comencemos con uno de los factores que contribuyen en mayor medida al rezago de la situación de los jóvenes en la ruralidad: la pobreza multidimensional. El informe de Juventud Rural del Ministerio de Agricultura indica que en 2019, por cada joven urbano viviendo en esta situación, había 2.5 rurales. Asimismo, la pobreza extrema, si bien ha disminuido en los últimos cinco años, sigue siendo 3.5 veces mayor en las zonas rurales. 

La educación también representa una gran brecha: el nivel de analfabetismo es tres veces mayor en la ruralidad, adicional a la baja motivación por los estudios relacionado a que los títulos no suelen representar valor agregado para la oferta laboral en la ruralidad. Las brechas de género en el campo también explican parte de esta falta de motivación, pues más del 39% de las mujeres jóvenes rurales no estudian por las obligaciones domésticas (frente a tan solo el 0.3% de los hombres).

Por otro lado, según el Diagnóstico del RIMISP, los jóvenes rurales presentan una tasa de desempleo significativamente más alta (en la ruralidad asciende al 26.8% mientras que en las zonas urbanas es del 14.4%) y tiene empleos de peor calidad, en parte relacionado a las bajas tasas de formalidad. Según este mismo estudio, la cantidad de jóvenes que no estudian ni trabajan (Ninis) es particularmente alta en la ruralidad e ilustra nuevamente una asimetría de género. El 42% de las jóvenes rurales son NINI, y esta cifra quintuplica la cantidad de hombres rurales de la misma edad en esta situación.

Estas cifras son un gran diagnóstico para trazar nuevos caminos que nos lleven a que el campo sea un espacio de vida digna, de desarrollo humano y económico y de creatividad. La Organización de la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y la Misión para la Transformación del Campo señalan que la Colombia Rural tiene múltiples fortalezas como la diversidad de fauna, flora, y la riqueza ambiental que pueden generar economías fuertes alrededor de ecoturismo, bioenergía y energía renovable. Desde los diferentes sectores que componen cada territorio se puede mapear la vocación de la zona y crear múltiples opciones educativas, de salud y laborales que integren saberes ancestrales locales para que el campo y sus habitantes, que son el sustento de vida del resto del país, siga vivo y rozagante.

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