Publicado 20 de octubre de 2021

Democracia. Estanislao Zuleta

Democracia

En esta edición de la revista Caja de Resonancia consideramos importante promover un pensamiento reflexivo sobre la democracia en el país y difundir una forma crítica sobre el ejercicio y las responsabilidades democráticas.

En el ejercicio editorial nos encontramos que, sin lugar a dudas, el pensamiento del maestro Estanislao Zuleta, que data de 1985, no solo es pertinente sino inspirador y necesario. De acuerdo con el gran pensador colombiano (1935 – 1990) “Antes de ofrecer una definición de democracia es importante hablar de sus dificultades, de sus exigencias de todo lo que cada uno de nosotros tiene en contra de ella. En estas condiciones un criterio de democracia reclama mucho de nosotros”.

Por lo anterior, con la autorización de su familia a quien manifestamos nuevamente nuestro agradecimiento, presentamos a continuación la reflexión de Zuleta con relación a la democracia.

 

Estanislao Zuleta Velásquez

Fue un filósofo, escritor y pedagogo colombiano, célebre especialmente en el campo de la filosofía a la cual dedicó gran parte de su vida profesional. Más allá de sus escritos ha sido apreciado por su oratoria, por la gran cantidad de conferencias que dictó.

Dedicado a la filosofía, la economía, la literatura, el psicoanálisis y la educación en toda su extensión, dejó conferencias sobre pensadores tanto de la antigüedad como del mundo contemporáneo; su pensamiento es rico en el análisis social e histórico de Colombia y América Latina.

Fue además asesor de las Naciones Unidas, el Ministerio de Agricultura de Colombia, el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (Incora), colaborador de la revista Crisis de Medellín y, por otra parte, recibió el Doctorado Honoris Causa de parte de la Universidad del Valle en 1980.

Zuleta abandonó el colegio y decidió estudiar por su propia cuenta, porque no creía en el modelo de educación tradicional, por esto quiso enseñarle él mismo a sus hijos sobre arte, matemáticas y otras asignaturas. Era defensor de la democracia y la paz. Experto en filosofía antigua y fue perseguido por el extinto DAS por ser comunista.

Es autor entre otros libros de Colombia: violencia, democracia y derechos humanos, Educación y democracia y Elogio de la dificultad y otros ensayos.

 

Dificultades de la democracia

La democracia, aunque tiene una larguísima historia, es difícil de definir. Antes de ofrecer una definición de democracia es importante hablar de sus dificultades, de sus exigencias, y de todo lo que cada uno de nosotros tiene en contra de ella. En estas condiciones un criterio de democracia reclama mucho de nosotros.

En primer lugar, la democracia implica la aceptación de un cierto grado de angustia. Dos ejemplos muy antiguos podrían servir para tratar de explicar esta primer y curiosa exigencia de la democracia. Grecia, a pesar de ser una sociedad esclavista, tenía a su modo una democracia, y desde el punto de vista ideológico era una sociedad pluralista. Se podía ser partidario de un materialista o de un idealista (de Heráclito o de Parménides) sin que por ello pasara algo, aunque había limitaciones. Sócrates, quien fue demasiado lejos en su dureza racionalista, fue condenado a muerte. El caso de Anaxágoras no fue tan grave; fue expulsado por haber afirmado que el Sol no era más que una piedra ardiente, y como éste estaba ligado a todos los mitos, la definición resultó demasiado dura para el público griego. Sin embargo, la democracia griega, a pesar de ser funcional e importante, era supremamente limitada ya que estaba restringida a una parte minoritaria de la población.

Muy probablemente en la democracia griega se encuentre una de las razones que explican el origen de la ciencia. El hecho de que los griegos no tuvieran un dogma intocable, un gran texto sagrado (el Corán, la Biblia, los sermones de Buda o cualquier otro) con relación al cual pudieran ser tratados, ya no en términos de verdad o falsedad, sino de herejes u ortodoxos, contribuyó a no limitar su pensamiento.

Existían desde luego religiones en Grecia y, sobre todo, la mitología exaltada por los poetas (Homero, Hesíodo, etc.); pero no había dogmas en manos de una casta que tuviera un poder real. Esto es interesante porque es la libertad, la que hace posible la lógica y da lugar a la ciencia, y no al revés. La idea expresada en la afirmación “la verdad os hará libres”, expuesta en el Evangelio de San Juan, sería mejor invertirla. Es la libertad la que nos obliga a ser verdaderos en los juicios; como no podemos imponer una autoridad intocable, tenemos que aprender a discutir y a demostrar. La necesidad de discutir genera la lógica que termina por ser la matriz de todas las ciencias. Aprender a demostrar, porque no se puede imponer, es un criterio decisivo para el desarrollo de la ciencia.

Antes de los griegos ya había ciencias; los egipcios tenían una geometría práctica, conocían la manera de reducir áreas de diversas dimensiones a una unidad de medida y manejaban muy bien la geometría plana y la geometría espacial como lo demuestran sus canales y sus pirámides. La practicidad de estas ciencias, no fundadas por los griegos, y la necesidad de la demostración (como ocurre en la geometría euclidiana, que procede sistemáticamente, y resulta accesible para cualquiera que siga el proceso) sirvieron para que el saber no fuera propiedad de una casta ni estuviera escondido en libros herméticos, sino para que, por el contrario, fuera un saber abierto. La idea de “ciencias ocultas” es una contradicción en los términos, como el hielo frito. La ciencia es abierta y accesible y no puede estas en las manos de una casta cerrada.

 

La democracia es frágil

La libertad no solamente hizo posible la aparición de la ciencia en Grecia sino también de la tragedia. La carencia de un texto sagrado que haga las veces de referente absoluto o de dogma produce angustia, porque cada cual tiene que buscar en qué creer, una guía para su acción o para decidir su vida. Es muy fácil elogiar la democracia, pero es muy difícil aceptarla en el fondo, porque la democracia es aceptación de la angustia de tener que decidir por sí mismo.

La tragedia no consiste en que ocurra una cosa triste, horrible o espantosa: la muerte de un niño amado es algo dolorosísimo, pero no es una tragedia. La tragedia ocurre cuando se enfrentan dos alternativas igualmente válidas, pero que resultan contradictorias e incompatibles y entre las cuales hay que decidir. Si la situación de Antígona resultó trágica fue precisamente porque tuvo que enfrentarse a dos alternativas incompatibles: su creencia en las leyes de la ciudad, y la situación del entierro de su hermano (y padre) Edipo. Las leyes de la ciudad prescribían que Edipo no podía ser enterrado y tenía que ser abandonado a las aves en el campo; ella, movida por su amor, quería hacerle los honores del entierro, llorarlo y ejercer su derecho a hacerlo. Los griegos tenían un aprecio inmenso por la ciudad; esta era parte del propio ser. La ciudad era un referente de definición de la identidad más hondo y más íntimo que la familia. Como nosotros hoy difícilmente podríamos imaginar. Entonces, Antígona se enfrentó al rey de Tebas, con palabras inolvidables, a sabiendas que su enfrentamiento podía costarle la vida: “Sé que está prohibido hacer lo que hice, pero las leyes que seguí no son las leyes de la ciudad; también sé que no son las leyes que tú dictas, porque no son ni de hoy ni de ayer sino de siempre, porque están escritas en el corazón humano.”

Abraham, por el contrario, vive en un contexto diferente. El judaísmo antiguo es un mundo donde existe la tranquilidad y la seguridad de una autoridad indiscutible, garantizada y definida. Allí no hay tragedia. Abraham tiene una guía absoluta: la voluntad de Dios, de quien se siente acompañado y elegido para ser guía de su pueblo. Cuando llega a Egipto, ocurre un hecho sobre el cual los griegos habrían producido quién sabe cuántas tragedias. Al faraón le gusta Sara, su esposa. Frente a este hecho, la hace pasar por su hermana y la entrega al harén del faraón, porque su deber era llevar a su pueblo a Egipto para que allí pastaran sus ganados y no perecieran en la sequía. Su deber era muy claro porque era una orden divina. Abraham no tenía dudas y no tenía tampoco que inventar su conducta ni decidir entre dos alternativas – ambas amadas – porque estaba guiado por una palabra sagrada, que decidía por él.

Pensar por sí mismo es más angustioso que creer ciegamente en alguien. Nombrar algún líder, algún guía, cualquiera que sea el nombre que le damos (Hitler, Mao Tse-Tung, Khomeini, etc.) genera un entusiasmo enorme porque libera de la angustia, de la responsabilidad, de la duda sobre si lo que estoy haciendo realmente está bien hecho o no. La palabra de líder nos economiza todos esos problemas.

El hecho de que un pueblo tan evolucionado como el alemán, salga como un solo hombre detrás de Hitler, después de haber producido la mejor cultura – Goethe, Marx, Beethoven y Kant, entre muchos otros- nos permite ver que la democracia es frágil. Su fragilidad procede de que es difícil aceptar el grado de angustia que significa pensar por sí mismo, decidir por sí mismo y reconocer el conflicto.

 

Democracia es modestia

En segundo lugar la democracia implica igualmente la modestia de reconocer que la pluralidad de pensamientos, opiniones, convicciones y visiones del mundo es enriquecedora; que la propia visión del mundo no es definitiva ni segura, porque la confrontación con otras podría obligarme a cambiarla o a enriquecerla; que la verdad no es la que yo propongo sino la que resulta del debate, del conflicto; que el pluralismo no hay que aceptarlo resignadamente sino como resultado de reconocer el hecho de que los hombres, para mi desgracia, no marchan al unísono como los relojes; que la existencia de diferentes puntos de vista, partidos o convicciones debe llevar a la aceptación del pluralismo con alegría, con la esperanza de que la confrontación de opiniones mejorará nuestros puntos de vista. En este sentido la democracia es modestia, disposición a cambiar, disposición a la reflexión autocrítica, disposición a oír al otro seriamente.

En realidad, no hay ninguna teoría, de cualquier clase que sea, que pueda pretender un enfoque total, ni mirada alguna que globalice el paisaje humano en su complejidad. Los enfoques sobre un mismo objeto, cuando provienen de un pensamiento propio se completan y se combaten a la vez.

Kant, que para su época y para la nuestra fue un gran maestro de la democracia, no amaba en absoluto el concepto de tolerancia; le parecía que era muy pretencioso porque parecía implicar la idea de que era inevitable tolerar las opiniones de otros, pero sobre la base de la convicción inmodificable de que “yo sé que tengo la razón”. El concepto de tolerancia no le parecía especialmente fuerte ni adecuado para hablar de democracia; esta, por el contrario, consiste en sentir alegría por las diferencias que puedan existir entre nosotros, en la certeza de que los conflictos son inevitables, y de que, a pesar de que no nos van a conducir a unanimidad alguna, nos van a enriquecer.

En tercer lugar, la democracia implica igualmente la exigencia del respeto. Respeto no quiere decir lo que cierta ideología liberal imagina: dejar que todo el mundo piense lo que le venga en gana y hacer uno lo propio. Este tipo de respeto conduce a un mosaico de microdogmatismo, en el que cada cual tiene su punto de vista y respeta el ajeno con tal de que no se metan con el suyo. Así ocurre en ciertas fastidiosas conversaciones de café en que hay tres personas con ideas distintas y fijas y toleran que uno hable de su manía, cualquiera que sea, con tal de que después se calle y deje hablar al otro de la suya y después al otro que oye bostezando. Allí, por consiguiente, no hay ningún diálogo: hay tres monólogos.

Respeto significa, en cambio tomar en serio el pensamiento del otro: discutir, debatir con él sin agredirlo, sin violentarlo, sin ofenderlo, sin intimidarlo, sin desacreditar su punto de vista, sin aprovechar los errores que cometa o los malo ejemplos que presente, tratando de saber qué grado de verdad tiene; pero al mismo tiempo significa defender el pensamiento propio sin caer en el pequeño pacto de respeto de nuestras diferencias. Muy a menudo creemos que discutir no es respeto; muy por el contrario, el verdadero respeto exige que nuestro punto de vista, sea equivocado total o parcialmente, sea puesto en relación con el punto de vista del otro a través de la discusión. Esta idea es tan antigua que ya está enunciada por Platón en la Carta séptima a los amigos de Dión de Siracusa1.

En un debate seriamente llevado no hay perdedores: quien pierde gana, sostenía un error y salió de él; quien gana no pierde nada, sostenía una teoría que resultó corroborada. Esta es una disputa muy distinta a la que se presenta en las guerras, en las que el que pierde nunca gana.

En cuarto lugar, debemos reconocer que en el hombre existen profundas tendencias arcaicas contra la democracia y, si queremos defenderla realmente, comencemos por reconocer una de sus mayores dificultades: nuestros orígenes no fueron democráticos2. En este sentido la democracia es maduración, superación de nuestros orígenes y afirmación contra nuestras tendencias a regresar a lo arcaico, que están siempre presentes.

Los psicoanalistas, sostienen que el dogmatismo está inscrito en nuestro origen, porque los padres – seres que para nosotros son esenciales – nos inscribieron en un mundo que ya estaba fijado de antemano. El lenguaje, por ejemplo, no es neutro. Nunca es simplemente denotativo. No se reduce a nombrar las cosas. Está cargado de interpretación. Nos ofrece un mapa del mundo completamente valorado. El lenguaje es, pues, nuestro dogma inicial.

Tal vez siempre conservaremos la añoranza de una palabra inobjetable a la que podamos atenernos como alguna vez lo hicimos, al aprender a hablar, a la palabra de la madre. En algún momento todos pasamos por una crisis que Piera Aulagnier llama “la prueba de la duda”: el descubrimiento progresivo y doloroso de que los padres aquellos “monstruos sagrados” de nuestra infancia, eran personas comunes y corrientes, que podían equivocarse y que muchas de sus opiniones eran dudosas o sencillamente erradas3. Este descubrimiento nos puede provocar resentimiento, rebelión dolor, o llevarnos simplemente a buscar un reemplazo en el líder que elijamos. Por esto afirmamos que el dogmatismo es lo arcaico y la democracia no nos viene espontáneamente, sino como resultado de una conquista, como aceptación de la angustia, de la duda, de la duda sobre sí mismo y de pasar por “la prueba de la duda”. Se han hecho descripciones muy notables sobre este punto. No pienso extenderme en él porque amerita una larga disertación. Quiero indicar solamente que nuestro origen mismo es el dogma, independientemente de dónde nacimos y del trato que nos dieron, por bondadoso y libertario que haya sido.

En el desarrollo progresivo de la democracia, es necesaria una afirmación positiva, no una afirmación resignada. La unanimidad nunca se consigue, se impone, y en realidad ni siquiera se impone, porque hay cosas que no se pueden imponer. Alguna pequeña reserva de libertad tiene el hombre en las peores circunstancias, bajo la dictadura más atroz o bajo la tortura. Un tirano puede, en esas condiciones, obligarnos a decir o a hacer cualquier cosa: arrodillarnos, llorar. Pero hay dos cosas a las que nadie puede obligarnos: a pensar y a amar. Todo tirano fracasa en esta empresa cualesquiera que sean los métodos que emplee. Puede obligarnos a pensar como él, pero no lo logrará si no lo deseamos; sí por temor a la angustia que significa pensar por nosotros mismos, llegamos a pensar como el tirano, lo convertiremos en un nuevo ídolo. – Fue Dostoievski quien dijo que los hombres no habrían padecido tanto la esclavitud si no amaran tanto sus cadenas4.

Hay que comenzar por reconocer que la adhesión a la democracia sólo la lograremos en lucha contra nosotros mismos: contra nuestra formación arcaica, contra nuestros anhelos de seguridad o de dogma, contra el afán de idealizar a alguien de tal manera que no nos quepan más dudas contra nuestra tendencia a despojarnos de la responsabilidad de la decisión y de la dificultad que implica el pensar por nosotros mismos.

Por todo ello la lucha por la democracia es frágil, ya que se trata de algo difícil de alcanzar. Es mejor comenzar por reconocer que es así. Muy probablemente conocer la vulnerabilidad y la fragilidad de la democracia, que la historia nos muestra de manera tan dramática, nos prepara para amarla. Cuántas bellas causas han terminado en la idolatría por un caudillo.

 

Democracia y educación

Formuladas las exigencias de la democracia es posible preguntarse entonces cómo la educación podría ser democrática. Comencemos por observar que en nosotros no sólo hay un anhelo de dogma, como ya lo hemos observado, sino también un principio de pensamiento y un principio de lógica inscrito en el lenguaje y en el diálogo. Las formas que desarrolla ahora la ética política más elevada, en los últimos libros de Agnes Heller o de Habermas, por ejemplo5, también están en nosotros.

Hay muchas cosas que se imponen a los niños, que también nos impusieron a nosotros y que, aunque son perfectamente arbitrarias, son necesarias. Hay normas que son comunes a todos porque son prerrequisitos para podernos entender. Con respecto a ellas no podemos tomarnos la libertad de aceptarlas o no, como ocurre por ejemplo con la sintaxis. Si digo “ayer iré aquí”, aunque hablé muy libremente, no dije nada, porque la sintaxis me obliga a usar la coherencia; puedo decir: “mañana vendré aquí” o “ayer fui allá”, pero debo escoger una coherencia normativa. El léxico es impuesto y arbitrario. El niño preguntará “¿por qué se llama un vaso así?” y uno puede explicarle que puede llamarse de otras mil formas, pero es necesario que se llame de algún modo si queremos entendernos. Nos imponen un nombre, pero sería peor que no nos pusieran ninguno y nos permitieran su escogencia en la juventud. Prescindir del nombre sería la preparación de un esquizofrénico, porque la construcción de la identidad misma nos lo impone por identificación y por oposición con los demás. –

Platón encontró que había cosas efectivamente indiscutibles, como, por ejemplo, la teoría de la contradicción, piedra angular de la lógica. Al final de El Sofista, dice así: “Dos proposiciones contradictorias sobre el mismo objeto, al mismo tiempo, desde el mismo punto de vista y en las mismas relaciones, no pueden ser ambas verdaderas”6. Esa es la primera proposición que Platón consideró innegable. Al hablar de objetos distintos, podemos decir cosas contradictorias, verdaderas ambas, porque estamos hablando de cosas distintas. En casos simples, esto es evidente. En casos complejos no lo es tanto, y hay que saber si se trata realmente del mismo objeto. En una polémica entre un marxista y un liberal, por ejemplo, ambos son partidarios de la libertad. Sin embargo, continuamente formulan proposiciones contradictorias porque no están hablando del mismo objeto y le dan el mismo nombre a concepciones distintas. El marxista llama libertad a un desarrollo de las posibilidades humanas basado en una determinada organización económica que permitiría a todos cierta igualdad y ciertas condiciones de vida. El liberal llama libertad a la libertad de expresión, a la libertad de prensa. Este tipo de diferencias es posible que resulten, al final, menos incompatibles de lo que hoy se cree.

Cuando Platón dice “el mismo objeto”, es necesario definirlo bien. Podemos decir de un ser que es muy pequeño o que es muy grande porque pudo haber crecido; pero no podemos decirlo al mismo tiempo y desde el mismo punto de vista, porque las cosas puedan resultar completamente diferentes si están vistas desde distintos ángulos. Para ilustrar esto, me gusta contar la siguiente anécdota: “Animales inofensivos: el tigre, el león y la pantera; animales altamente peligrosos; la gallina, el ganso y el pato”, decía una lombriz a sus hijitos. Se puede decir que un hombre es muy pequeño o que es muy grande: si lo relacionamos con un elefante, es muy pequeño; si lo hacemos con una hormiga, es muy grande; pero, estableciendo relaciones de ese hombre con un mismo objeto, no podemos decir ambas cosas.

La lógica, como la gramática, es una ciencia reflexiva, porque nos hace conscientes de algo que todos implícitamente sabemos. En este sentido es muy interesante hacer la práctica (alguna vez lo intenté) de enseñar lógica a los niños. No les estamos enseñando lógica propiamente, sino haciéndolos conscientes de algo que saben. Hay varios juegos y muchas preguntas posibles para realizar esta práctica. Es importante hacerlo con niños del mismo nivel lingüístico, que generalmente son de la misma edad o de edades muy parecidas, para mantener vivo su interés en los problemas que les planteamos.

Los niños conocen las 16 proposiciones de Aristóteles, maravillosa conquista del genio griego, matriz de toda ciencia, tan importante como para que, según Bertrand Russell, toda la matemática moderna siga funcionando con ellas. El problema planteado es hacer al niño consciente de que sabe lógica en concreto. Por ejemplo, a un niño de cuatro años, que está sentado al lado de su madre, si llaman por teléfono le decimos: ¿por qué no vas a contestar, que debe ser tu mamá? El niño se ríe y dice que la madre no puede ser porque ella está allí. Él conoce la no ubicuidad, no la conoce con ese término, pero sabe que la misma persona no puede estar en dos lugares al mismo tiempo.

La compleja teoría de la casualidad, que Aristóteles plantea en su física, la saben los niños y, si se les expone de una manera suficientemente sencilla, pueden generalizar y comenzar a hacer el juego de clasificar el mundo por las causas. En una forma muy sencilla podría formularse así: hay cosas que nacen: los pollitos, los niñitos, los arbolitos; hay cosas que se hacen: los pocillos, las sillas, las mesas, los vasos; y hay cosas que se forman: las piedras, los ríos. Sólo hay tres tipos de cosas: las que nacen, las que se hacen y las que se forman. En el bachillerato presentan la lógica de Aristóteles como algo muy complicado cuando en realidad no lo es. Cualquier niño la sabe y puede estar a su alcance generalizando a partir de lo que ya está en él.

Un problema de primera importancia es la racionalidad en la educación. El discurso del maestro no debe ser dogmático. Cualquier discurso puede serlo independientemente del tema. No es necesario que sea la religión. Si al enseñar las leyes de la multiplicación y exponer que menos por más da menos, el alumno pregunta “¿por qué?” y no sabemos que responderle, estamos haciendo una enseñanza dogmática.

Somos dogmáticos cuando no hacemos el esfuerzo por demostrar. La demostración es una gran exigencia de la democracia porque implica la igualdad: se le demuestra a un igual; a un inferior se le intimida, se le ordena, se le impone; a un superior se le suplica, se le seduce o se le obedece. La demostración es una lección práctica de tratar a los hombres como nuestros iguales desde la infancia.

El niño necesita, por una parte, que su espontaneidad se exprese sin temor y, por otra, que le pongan tareas en las cuales pueda fallar. Cierta educación libertaria puede tender a convertir la educación en un “dejar de hacer”, por ejemplo, cuando se propone a los niños “pinten lo que quieran y como lo quieran”. Eso está bien en un primer momento. Pero no insistamos en que todo lo que hacen es sensacional, muy expresivo y muy bello. Aprender a fracasar es algo importantísimo en la vida. Una enseñanza que no enseña a fracasar – dice Freud – es como “mandar a alguien en una expedición al polo norte con un mapa de los lagos italianos”. Si no se tiene la oportunidad de fracasar, tampoco se tendrá la oportunidad de triunfar, de vencer una dificultad y sentir satisfacción por ello. Es importante que dejemos actuar a los niños con espontaneidad, pero debemos decirles también, con toda franqueza, si lo que han hecho les quedó bien o no, para que puedan tener la alegría de que triunfaron sobre sus dificultades. En la educación es importante adquirir el amor a vencer las dificultades reales. Aquel que lo logra está más lejos que nadie de la tentación de la droga, porque no hay píldora alguna de la victoria que sustituya la felicidad de haber vencido con trabajo, una dificultad. Quien ama ese tipo de felicidad no la buscará en el consumo ni en el dinero como en un dios que lo permite.

 

1 Platón (1977), Carta Séptima en Obras Completas, Madrid, Editorial Aguilar, pág.1569 (N. del E.)

2 El lector puede consultar sobre el tema el ensayo del mismo autor Tribulación y felicidad del pensamiento publicado en Elogio de la dificultad y otros ensayos, REZ, págs.17-43 (N. del E.)

3 Aulagnaier, Piera (1979), Les destinas du plaisir Alienation- amour- pasion, PUF, París. (N. del E.)

4 Dostoievsky, Fedor, Los Hermanos Karamazov. Existen múltiples ediciones (N. del E.)

5 Heller, Agnes (1979), La Revolución de la Vida Cotidiana, Editorial Materiales, Barcelona,y Habermas Jurgen, Teoría de la Acción Comunicativa, Taurus Humanidades (N. del E.)

6 Platón (Ed.1977), El Sofista, o del ser, en Obras completas, Madrid, Editorial Aguilar, pág.1011 (N. del E.)

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